Saber qué hacían nuestros padres en sus juventudes, cómo vivían y dónde pasaban sus ratos libres, ayuda a componer los puzles de nuestros pasados. Nos guste o no nos guste, formamos parte de la historia que heredamos de cada uno de ellos. Descubrir que mi padre fue uno de los primeros escritores sordos, fue para mí una sorpresa inesperada, sorprendente que hasta hoy no he podido digerir del todo. Aunque sea una noticia excelente, me sorprende no haber sabido de ello mucho antes.
Estábamos en mi última presentación del libro «La Palabra en la Mano» en Can Deu cuando me enteré de que mi padre había escrito un libro —luego supe que era un relato— con un sugerente título: «Incomprensión». De hecho, ya estábamos acabando el acto y yo me disponía a recoger mis cosas cuando José María Segimón, maravilloso pintor y escritor, pidió la palabra. Nos preguntó si sabíamos quién había sido el primer escritor sordo de nuestras tierras y tras algunas respuestas fallidas por parte del público, se dirigió hacia mí, señalándome. Tu padre, me dijo. Tuvo que repetírmelo otra vez, porqué las noticias, si son inesperadas, no siempre se entienden a la primera. Me explicó que había publicado ese libro de joven, pero que luego la vida le llevó hacia otras aficiones que le distrajeron el gusto de la escritura.
Al cabo de unos días me hizo llegar una copia, por desgracia aun no dispongo de un original. «Incomprensión» se publicó en 1951.
La historia de «Incomprensión» es triste y trágica, lo que también me sorprendió, porque mi padre tenía un sentido del humor excelente. Él siempre nos hacía reír, yo creo que era su manera de afrontar la vida o quién sabe si su modo de nunca sentirse vencido. Siempre me decía que lograr una sonrisa no costaba nada y, en cambio, sonreír significaba mucho. Supongo que por ello añadió tres ocurrencias muy graciosas después del final del relato. No voy a revelarlas, por si acaso.
Así que queridos lectores, me complace más que nunca compartir este post con todos ustedes.
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