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ENTREVISTA A víctor amela





Víctor, una vez dijiste que Twain, Verne, Stevenson fueron tus primeros autores a los que leías con asiduidad. ¿A parte de las aventuras, había algo más que te atraía de sus novelas?

La libertad. Un aliento de libertad que me cautivó. En esas novelas, los personajes vivían sin ataduras, sin cadenas, sin convenciones, saltándose los compromisos, no respondiendo más que a su propio corazón. Algo de eso resonaba en mí, creo.


A parte de periodismo, también estudiaste derecho, pero abandonaste la carrera muy poco antes de finalizarla. ¿Tanto te pueden las letras?

Sí: las letras y los sueños.


Ante ese imán poco pueden las leyes, en las que todo está escrito y prescrito: veía poco margen para lo impensable.

Y en la literatura todo es posible, desde lo terrible a lo inverosímil, incluso lo indecible. La literatura era el territorio de la emoción y la especulación: eso me podía. Las leyes eran sólo el ganapán que abandoné cuándo se me cruzó la ocasión de practicar el periodismo.





“Algunas cosas que he aprendido” recopila algunas entrevistas de La Contra de La Vanguardia de la que tú eres Cocreador. Ahora llevas más de 2.000 entrevistas publicadas. ¿Ha habido algo que hayas aprendido por encima de todo?

Sí: que nunca lo sabes todo, que siempre aparece algo nuevo, asombroso, sorprendente, impensado. Que nunca deja uno de aprender. Cada persona que conozco es un universo completo, el compendio de miles de años y genealogías que operan en él y que es maravilloso poder descubrir.


Cada entrevistado es un continente nuevo.






En “Casi todos mis secretos” te desnudas de todo lo confesable ante el público. ¿Te has guardado todavía alguno en el tintero?

Con ese libro rompí el hielo, y decidí lanzarme a una larga tradición literaria que alguno ha llamado egografía (o autoficción): hacer de uno mismo su materia narrativa, literaria. Al cabo, esa materia -uno mismo- es lo que el escritor tiene más a mano... No ficcioné nada: conté con jovialidad, desde mi vivencia íntima, lo que tenía acumulado dentro de mí. Claro que queda siempre cosas por contar. Y bien podrían acabar siendo contadas... cuándo encuentre el tono apropiado, la voz eficaz.







Un puñal encontrado despertó tu imaginación para escribir “El cátaro imperfecto”. ¿Cómo diste con él?

Durante unas obras de remodelación en una casa de pueblo (Forcall), junto a la iglesia gótica, edificada la casa con toda probabilidad en el siglo XIII, los obreros picaron una pared y apareció, en un hueco, el puñal. ¿Quién lo había ocultado ahí? ¿Por qué? ¿Había derramado sangre ese puñal? ¿Qué historia secreta escondía el puñal? ¿Quién lo empuñó? ¿Qué fue de esas vidas que el puñal conoció? Aquel puñal excitó mi imaginación... Tenía 29 años y muchas lecturas y todas las fantasías... Lo integré en mi primera novela. “El cátaro imperfecto”. El puñal, con la inscripción “Sóc com cal, quan punxo fai mal”, mata a un hombre y también corta el pan, y también saja el cordón umbilical de un recién nacido... Y luego ese nacido lo esconderá en una pared de una casa....



“La hija del Capitán Groc”, premio LLull 2016, gira entorno a Tomás Peñarrocha, el Groc. ¿Cuánto se tarda en documentarse antes de teclear la primera letra de la novela?

En este caso, acopié documentación a lo largo de varios años, sin saber qué haría con eso. Hasta que vi la historia dentro de mí, al leer las memorias (recién publicadas en un opúsculo por el Ayuntament de Forcall) del yerno del Groc, el protagonista del drama. Entonces acabe de recopilar documentos de la época: bandos gubernativos, edictos, leyes, partidas de bautismo, casamiento y defunción... Todo utilísimo para ceñirme a la realidad de los hechos, aunque luego la imaginación cumpla su función.






En “Amor contra Roma” hablas, también, de las relaciones de parejas o matrimoniales. Si ya desde sus inicios hace más de dos mil años hasta nuestros tiempos no todas suelen funcionar ¿por qué crees que se sigue con este estándar?


La atracción del hombre hacia la mujer -y viceversa- viene inscrita en nuestro genoma y es irresistible, nada puede oponerse a ese impulso con el que la vida busca perpetuarse a sí misma.

Cada civilización ha encontrado su modo de canalizar ese empuje. En occidente, la pareja monógama es el modelo hegemónico, con todos los conflictos que entraña: celos, posesividad, deslealtad, traición, desengaño, desencuentro, maltrato, desamor, desigualdad... No hemos sabido hacerlo mejor. Ovidio aportó el goce sexual de la mujer en la ecuación de la pareja: esa novedad revolucionaria de hace 2.000 años no tiene vuelta atrás en la pareja empática. Para el hombre romano era todo, claro, más simple: posesión, violación, sodomización, dominio. El placer (del otro) no computaba. La posibilidad de la mujer de tenerlo todo en un solo hombre (amistad, protección y placer) perpetúa la pareja occidental.



¿Homero te inspiró para tu libro “Los inspiradores de Amela?

Homero es una inspiración constante. En la “Ilíada” y la “Odisea” están los pedestales de toda la narrativa occidental, las emociones, las pulsiones, las pasiones, las fragilidades y grandezas de los hombres y las mujeres de los que venimos. Homero está vivo siempre. Fue una de mis inspiraciones, pero con él lo fueron también todos los filósofos presocráticos y los sabios que siguieron, que han jalonado la aventura humana hasta ahora, gigantes en cuyos hombros podemos subirnos para ver más lejos, como bien decía Newton, otro sabio.



También mencionas a Jesucristo. ¿Por fé?

De niño yo era santo. Jesucristo fue una inspiración fortísima por elevación en un anhelo de perfección a los ojos de Dios y de los hombres.


Luego he reconocido en Jesucristo al hombre libre: por encima de su sociedad no obedece más que a su corazón, con la bondad por guía.

Es el prototipo admirable sobre el que luego otros fundan religiones... que nunca están a la altura del modelo.



Y ahora llegamos a tu novela “Yo pude salvar a Lorca” y aprovecho para repetirte mi admiración por esta obra. Solo tu prosa hermosa merece una segunda lectura. Dime ¿cómo pudo salvar tu abuelo al poeta Lorca?

Mi abuelo materno, Manuel Bonilla, labriego y pastor de La Alpujarra de Granada, analfabeto y creyente, se dedicó a ser “pasador” de personas al estallar la guerra: salvaba la vida de personas en peligro de muerte en la zona republicana, metiéndolas durante la noches en la Granada sublevada. Ahí, al acudir a afiliarse a la Falange (14 de agosto de 1936), trabó amistad con Luis Rosales (de familia falangista), que tenía acogido en su casa a Federico García Lorca. Y Rosales decidió sacarlo de Granada, para lo que recabó la colaboración de Manuel Bonilla... que pudo haber salvado la vida de Lorca... si Federico se hubiese dejado y si no se hubiesen adelantado los canallas que le detuvieron (16 de agosto) y lo mataron.


Presentaste esta novela en el Cerecusor, una asociación de sordos. ¿Cómo fue esa experiencia?

La experiencia fue para mi fascinante.


No se si alguna vez alguien había presenciado el efecto de las palabras de Lorca en personas sordas, pero yo pude asistir ese día a ese portento .

Las personas sordas se emocionaron y aplaudieron a Federico, que seguro que está contento de que eso haya sucedido.


Víctor ¿Qué proyectos te esperan?

Primero, seguiré defendiendo mi novela “Yo pude salvar a Lorca” por todas partes. Y, segundo, aparecerá en Sant Jordi de 2020 un libro-crónica en el que recojo un veintena de testimonios de supervivientes de la triste “Quinta del biberon” (chavales de 17 y 18 años) que he recogido desde el año 2005 (año en que murió mi tío Josep, que fue de esa quinta y que no quiso contar casi nada) hasta ahora mismo. Quedan muy poquitos vivos ya... y se merecen este homenaje, por ellos y por todos los que quedaron silenciados desde 1938.

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