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ENTREVISTA A elvira lindo




Fotografía by Isabel Wageman




 

Elvira Lindo Garrido (Cádiz, Andalucía, 23 de enero de 1962) es escritora, periodista ,

locutora, actriz y guionista. Su primera novela de género infantil se construyó en torno a uno de sus personajes radiofónicos, que ella misma interpretaba en la radio, el niño 

madrileño Manolito Gafotas  que se convirtió en un clásico de literatura infantil.   En

1998 obtuvo el Premio Nacional de Literatura Infantil y Juvenil por Los trapos sucios

de Manolito Gafotas.

La  autora  ha  escrito  también  novelas  para  adultos: El  otro barrio (1998), Tinto de 

verano  (2001) Algo más inesperado que la muerte (2002), Una palabra tuya (2005)

—XIX Premio Biblioteca Breve— Lo que me queda por vivir (2010),  Lugares que

no   quiero   compartir   con   nadie   (2011)  Noches   sin   dormir  (2015)  A Corazón

abierto (2020), En la boca del lobo (2023). Ha escrito teatro y guiones para 

películas como por  ejemplo el  del  largometraje  Alguien que cuide  de mí.  En  2019

estrenó El niño y la bestia, que ella misma definió como un cuento musical.







Elvira bienvenida a mi blog y muchas gracias por tu tiempo. Hoy vamos a hablar de tu último libro: En la boca del lobo, una novela que cuenta la historia de la niña Julieta que junto con su madre pasa las vacaciones en La Sabina, una aldea perdida dónde descubrirá que los cimientos del pueblo están hechos de secretos y recuerdos. ¿Cómo nació esta historia?


La historia nace de un viaje a la comarca de mi madre, el Rincón de Ademuz. Yo había ido constantemente de niña al pueblo, Ademuz, pero no conocía todas las aldeas del enclave. Un día subí a una de ellas, Sesga, y me fascinó. Además de su belleza tenía muchos elementos inspiradores: la escuela, que había sido rehabilitada y convertida en una especie de museo, el horno, el lavadero. Lugares donde se concentraba la gente del pueblo hasta los años sesenta. Eso estaba allí ante mis ojos, bien conservado y muy cuidado por los vecinos. Unos diez viven allí durante todo el año y los otros acuden en verano. Lo impresionante es el arraigo tan fuerte que sienten hacia su aldea y lo bien cuidada que está. Desde un primer momento, salieron a mi encuentro y me la enseñaron. Pensé que era un lugar mágico para una novela que se nutre de las narraciones clásicas y de la presencia de las voces del pasado. Volví al poco porque la aldea me había atrapado.


Pensé que todos dejamos fantasmas de nuestro pasado en lugares en los que fuimos felices o infelices, que determinaron nuestra vida y esa idea fue esencial.

Mi niña y mi adolescente seguían deambulando por aquel paisaje, aunque no quería escribir algo autobiográfico sino construir una historia que se sirviera del ambiente y del paisaje que pude disfrutar en mi infancia. La historia nace de un viaje a la comarca de mi madre.





¿Crees que las historias de regreso a una aldea perdida, a un pueblo olvidado -que algunos escritores estáis utilizando en vuestras ficciones- responden a una necesidad de la sociedad?


Yo nunca me siento dentro de las corrientes literarias del momento, quiero decir, que sigo mis impulsos. Ya había sacado el pueblo en A Corazón Abierto y en Lo que me queda por vivir, pero si no lo había convertido en paisaje esencial de una historia es porque me provocaba mucho respeto, porque hacer que los personajes se movieran en medios naturales me resultaba mucho más difícil que situarlos en una ciudad. Pero eso estaba latente por lo importante que ha sido en una vida como la mía, tan nómada. Pero es seguro que de una manera inconsciente yo también responda a ese impulso colectivo de volver al medio rural como manera de entender un mundo que sentimos desintegrarse.

Hay algo de eso, de buscar el refugio que nos ampare de una realidad cruda, aunque sea a través de la literatura.

Pero si se trata de la vida, de mi vida, también he vuelto a la naturaleza. Pasamos mucho tiempo allí.


 

Está comprobado que los miedos, los traumas en la niñez marcan de por vida. ¿Somos lo que fuimos de pequeños?


Sin duda, somos lo que vivimos y cómo respondimos a ello. Hay personas más resilientes que otras, pero ya hay mucha evidencia psiquiátrica de que los pacientes que sufrieron abusos o maltrato necesitan ayuda. Más ayuda aún si, como suele ocurrir, no encuentran quien los ampare, quien escuche, quien responda a la agresión. El silencio del entorno es lo que determina la capacidad de recuperación, aunque, como digo, hay personas que resultan más dañadas que otras. Lo que me interesaba es saber qué ocurre con el trauma a lo largo de la vida. Por fortuna, encontré mucha ayuda, muchas pistas, grandes conversadoras. Todo eso, luego, lo convertí en fábula y me valí de la fábula para explicar esta historia de una manera sutil, sin echar mano de lo escabroso.

 


¿Las gentes de los pueblos guardan más rencores, más crueldad con sus vecinos no afines, arrastran más legados antiguos que pesan y condicionan la vida, mucho más que en las ciudades?


No lo creo, pienso que en las ciudades hay más capacidad de huida, hay más escondrijos para evitar el pasado, pero también se sufre la soledad de manera muy lacerante. Además, de los niños se abusa en cualquier entorno, como sabemos. Lo que más importa en una historia de abuso es que quien te tiene que proteger te escuche, te pregunte, preste atención y reaccione a tu favor. Parece que los pueblos son lugares a veces siniestros, pero no lo creo. Más despoblados, sí, pero también están más atentos a las necesidades del vecino. Eso sí, hay que tratar de llevarse bien aunque cueste, porque las caras y los encuentros son los mismos todos los días.

 


En una entrevista tuya, leí que tuviste que plantearte como enfocar la voz de Julieta y al final decidiste hacerla conversar como si le hablara el alma. ¿Puedes explicarlo a los lectores?


Una vez que decidí narrar en primera persona no quería que la voz de Julieta sonara costumbrista porque a partir del segundo capítulo la niña ya es una presencia fantasmal, un fantasma de la niñez, así que no podía ser así. Quería que su voz sonara atemporal, casi poética, y cuando tuve claro el tono me sentí transportada por esa criatura. Lo disfrute mucho.

 



La novela también trata del tabú de las madres que no quieren a sus hijos. Sabemos que socialmente este sentimiento (o no sentimiento) suele esconderse por falta de comprensión.  ¿Cómo puede una madre no querer a sus propios hijos? ¿Hay razones que lo justifiquen? ¿Qué hay detrás de esta falta de amor?


Se habla y se escribe mucho ahora de “las malas madres” como una manera de referirse a las madres desastrosas o algo negligentes. En ese sentido,


me dan más miedo las madres perfectas, porque todas las madres tenemos una lista de errores que a veces nos amargan los recuerdos.

Ahí, todo normal. Otra cosa es la madre que no quiso serlo y que persiste en la idea, que en absoluto va generando un lazo de amor a partir del nacimiento sino que hace evidente su disconformidad con esa relación delante de su propia criatura. Creo que se trata de un comportamiento narcisista, altamente dañino y difícilmente excusable.


 

¿Qué proyectos te esperan?


Estaba deseando trabajar menos y el final de la novela me dejó un poso muy melancólico, pero a mí el trabajo me persigue y me han ofrecido varias cosas que no sé si derribarán ese muro que ahora mismo me impide centrarme en nada.


Muchas gracias, Elvira. Ha sido muy interesante charlar contigo. Te espero en el Club de lectura el próximo 26.09.24 a las 19.00.


(Inscripciones: grupobojador@gmail.com)




¿Quieres leer la entrevista a Ana Moya?


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